viernes, 5 de marzo de 2010

EL ASESINATO DE MARY ANN


El pequeño charco de sangre



El 30 de agosto fue un día diferente en la vida de Mary Ann Nichols. Contra todo pronóstico, ella que nunca tenía un mal penique, se había pasado todo el día gastando dinero, y asegurando a sus amigas que pronto recibiría una cantidad mucho mayor. Bebió más que de costumbre, invitó como nunca, y salió hacia la 1,30 de la noche del pub. Más tarde fue vista  caminando por las calles de Whitechapel, y alrededor de las 3,40 de la mañana John Neil, el policía que hacía la ronda rutinaria en Buck´s Row, una de las calles más solitaria y oscuras del barrio, se tropezó con su cuerpo.


Neil tocó repetidamente el silbato, y pronto empezaron a aparecer por allí otros agentes, algunos empleados del matadero cercano, y diversos viandantes. Todos tenían algo en común: "ninguno de ellos había visto ni oído nada". 


El asesino la había estrangulado y, posteriormente, degollado. A continuación, había levantado  falda y enaguas, sin rasgarlas, haciendo varios cortes en su vientre, para acabar dando dos profundas puñaladas en la zona genital de su víctima, por lo que cuando la movieron, lo primero que notaron es que su ropa estaba empapada en sangre.


Todo parecía indicar que tales mutilaciones, sin causar destrozo alguno en la ropa de Mary Ann, tuvo que hacerlas el atacante, actuando cómodamente, con el cuerpo de la difunta boca arriba. Por el contrario, ésta yacía boca abajo, y sobre la acera apenas había un pequeño charco de sangre, nada que las empapadas ropas de Mary Ann no pudiera justificar.


Avisaron al doctor Ralph Llewellyn, y éste pidió que fuera llevada al depósito de cadáveres, para poder realizarle la autopsia. Una vez cumplido con este trámite, el jefe de la policía metropolitana ordenó a un vecino que arrojara un balde de agua, el cual bastó para borrar la mancha de sangre, que no guardaba proporción con los desgarros que la víctima había recibido, tanto en el cuello, como en el vientre.


¿Es creíble que un solo hombre llegara con Mary Ann, la estrangulara, degollara y apuñalara brutalmente su vientre, sin que nadie viera ni oyera nada? ¿Es razonable que el cuerpo apareciera boca abajo, que en el lugar no hubiera apenas sangre y que el culpable desapareciera, sin dejar la menor huella?

Las incoherencias no les pasaron desapercibidas a los periodistas del momento, y quedaron reflejadas en sus crónicas, pero no tuvieron el eco que les correspondía.
El 1 de septiembre, se celebró el juicio para determinar las causas y circunstancias de su muerte. Nadie había visto ni oído nada, salvo una vecina, Harriet Lilley, que aseguró haber oído un fuerte grito de mujer, que la despertó alrededor de las 3,30, casi la hora exacta en que el cuerpo fue hallado. Alarmada por el grito, despertó a su marido, aunque ninguno de los dos hizo nada.
¿Se entiende que el grito fuera tan fuerte que la despertara, aunque sólo a ella? John Neil no estaba demasiado lejos, pero él no escuchó grito alguno.


¿Se asustó tanto como para despertar a su marido, y luego ninguno de los se toma la molestia de mirar por la ventana, para ver qué ocurre? Sólo una cosa está clara, gracias al testimonio de Harriet Lilley la idea que en todos quedó es la de un atacante nocturno, y no la de un cuerpo transportado en coche cerrado, que se deposita rápidamente sobre el suelo, sin preocuparse demasiado de la postura en que se deja.

Con tan escasos elementos aclaratorios, el juez Wynne E. Baxter sólo pudo sentenciar: "fue asesinada por un desconocido, a las 3,30 de la madrugada, en Buck Row":




 

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